Una
monja zen estaba transportando una vasija con agua.
Durante
treinta años vivió en el monasterio, trabajando sin descanso, meditando,
esforzándose en alcanzar la serenidad, en alcanzar un estado dónde la Verdad
pudiera reflejarse.
Pero
ésta no había venido.
De
repente, la vasija cae al suelo y se rompe hecha añicos.
Ella
permanece inmóvil, como aniquilada, y el agua se desparrama, y ella ha Despertado.
De
repente alcanza la Iluminación.
Corre,
baila, va al templo.
Su
Maestro acude, toca sus pies y le dice:
‘Ahora
eres un Buda: has llegado’.
Pero
la monja pregunta:
‘Dime,
¿cómo ocurrió? Lo intenté de todas las formas, continuamente durante treinta
años y no sucedió. Y esta mañana decidí que era talmente un absurdo y que no
sucedería, así que abandone todo esfuerzo. Así qué ¿porqué, en este día, ha
sucedido?’
El
Maestro le contesta:
‘Porque
por primera vez fuiste total y sin ego. El esfuerzo crea ego. El mismo
esforzarse era la barrera. Ahora, sin ningún esfuerzo, sin motivo, sin ambición
alguna, estabas llevando esta vasija con agua y… de repente la vasija cae
-¡bang! - la vasija ha caído y se ha roto, y en un instante te vuelves
consciente, sin ego. Y el mismo escuchar cómo la vasija se rompe, la rotura, el
ruido, el fluir del agua, y tú sin ego, escuchando totalmente: la cosa ha
sucedido’.
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