Había
dejado atrás su juventud buscando afanosamente en disciplinas y filosofías tan
dispares como el zen, budismo, sintoísmo, islam, cristianismo, judaísmo, la
práctica del yoga y la meditación, aquellas respuestas que su espíritu
inquieto necesitaba tan imperiosamente.
Podía
decirse de él que ya lo había probado todo.
De
ninguna de sus tentativas logró el resultado esperado, más bien al contrarío;
cada vez era mayor su confusión y frustración.
Hasta
que un día, resignado ya, decidió rendirse y renunciar a toda búsqueda.
Abatido
por lo que él sentía como el abrumador peso de la derrota, fue dando tumbos,
sin ocupación ni meta.
Más,
un día, alcanzó a oír lo que un grupo de jóvenes con el entusiasmo propio de su
juventud comentaban:
-Pues
sí, dicen de él que es no solo un gran maestro, sino que, además es el mejor,
el más sublime, el primero, el más grande...
-Sí,
-añadió otro- tanto es así que aseguran algunos que con su sola presencia
han alcanzado el conocimiento, la iluminación...
-Es
cierto -comentó otro- pero seguro que debe ser poco menos que
inaccesible. Además vive en un país tan remoto...
Estos
comentarios fueron suficientes para reavivar en él la llama de aquella
inquietud que tantos años había permanecido dormida.... Y pensó:
‘Aún
que tal vez fuera cierto que fuera casi inaccesible y que además viviera en
aquel lejano país del que alcanzó a oír su nombre... ¿Que podía perder él que
ya lo había perdido todo, hasta la esperanza? ‘
Por
eso y con la firme determinación de su ilusión renovada emprendió el camino
hacia aquel distante país.
Después
de mucho tiempo y esfuerzo y penalidades que no hacían sino provocar más empeño
logró llegar a aquél país.
Pero
nadie parecía conocer ni saber de aquél gran maestro, a pesar de su fama de ser
el mejor, el más grande, el primero...
Nuevamente
el desánimo le incitaba ya a una nueva renuncia pues, pasaba el tiempo y ante
su desesperación no conseguía que nadie le diera referencia alguna.
Hasta
que un día, en una de las últimas ciudades que le quedaban por visitar se
encontró con un grupo de jóvenes que animadamente iban comentando sobre una
fiesta a la que estaban invitados.
Tal
vez, y recordando que fueron unos jóvenes también los que con sus
comentarios le decidieron a emprender la hasta entonces infructuosa búsqueda, o
quizá por una compulsiva intuición se dirigió a ellos preguntándoles por aquel
gran maestro, el más sublime, el mejor, sin duda el primero.
Casi
no podía creerlo cuando uno de ellos pregunto a su vez a un compañero:
-¿No
recuerdas que hace mucho tiempo también vino uno preguntando por ese supuesto
maestro?
-Sí,
y creo que se refiere a Kabir... he oído rumores al respecto.
-Pues
si es a él al que buscas -añadió un tercero- estás de suerte pues vamos a una
fiesta a la que sabemos que él también está invitado. Si quieres acompáñanos y
te lo mostraremos.
¿Cómo?
¿A una fiesta? -pensó- ¿Como puede ser esto... un gran maestro en una fiesta?
Seguro que hay un mal entendido... Pero gracias a que yo he hecho yoga, zen,
conozco el budismo, el sintoísmo... lo veo bien claro ¿cómo va a ir a una
fiesta un maestro? Pero, ya que he llegado hasta aquí, veamos quien es
este tal Kabir.
Cuando
llegaron a la lujosa mansión en la que se celebraba la fiesta se encontró con
lo que a sus ojos le pareció poco menos que una orgía palaciega.
Ahora
sí que ya no tenía ninguna duda de que allí no encontraría maestro alguno...
porque, el que había hecho zen, yoga, sufismo, etc., etc... ¿Cómo podía caer en
semejante error? Por cierto, ¿dónde estaba el tal Kabir?
Cuando
preguntó por él uno de los jóvenes se disculpó:
-
¡Ah! si, perdona,...espera a ver... ¡Sí! ¿Ves aquel joven que está apoyado en
aquella columna?... Si, aquella junto a la ventana...
-¿Cómo?
¿Aquel que está besándose con aquella chica?
Pero
¿cómo podía alguien creer que el tal Kabir fuera un maestro? Afortunadamente,
él que había hecho zen, yoga, meditado, etc., etc... Tenía sus ideas bien
claras respecto a lo que debía ser un maestro. Y por supuesto, el tal
Kabir,...¿en una fiesta de una lujosa mansión y besándose con aquella mujer?
¡Ni por aproximación!
Era
evidente que aquellos jóvenes no comprendían el significado de la palabra
“maestro” y que no habían comprendido, por lo que nuevamente preguntó tratando
de ser más preciso:
A
ver, ¿no sabríais de alguien que... no sé,... que se haya ido a vivir
retirado, que haya dejado todo...?
-Bueno,
-interrumpió uno de ellos- ahora que lo dices... recuerdo que mi padre una vez
me comentó que siendo aún joven, un amigo suyo se había ido a vivir solo en lo
más alto de aquella montaña... Si, aquella que se ve al fondo, por esta
ventana. Parece ser que era medio místico o algo parecido...
¡Al
fin! -exclamó- ¡Este es el que busco!
Y
con una apresurada despedida inició la marcha hacia aquella montaña.
Después
de una difícil y fatigosa ascensión alcanzó la cumbre y, súbitamente se
encontró frente a la presencia de un anciano que, mayestáticamente sentado en
una perfecta posición del loto ante la entrada de una pequeña gruta, estaba
sumido en profunda meditación.
Con
una profunda sensación de sobrecogimiento, respetuosamente se sentó procurando
no perturbarle, en actitud de reverente espera a pesar de su impaciencia que,
iba en aumento a medida que transcurría el tiempo...
Pero,
al fin, aquel anciano al que mil surcos en su rostro y una larga y blanca barba
le conferían un aspecto solemne y venerable, lentamente abrió los ojos.
No
pudiendo contener más su impaciencia, empezó a narrarle al anciano las
incidencias de su larga búsqueda. De cómo gracias a que él había practicado
tantas disciplinas, estudiado diversas filosofías había podido adquirir los
conocimientos precisos para comprender que si había algún gran maestro, el más
grande, el primero sin duda era él ya que tanta era su plenitud que ello le
permitía liberarse de la dependencia del mundo y sus miserias y grandezas...
Mientras
se prodigaba en elogios a la maestría del anciano, este iba adquiriendo una
expresión cada vez más triste y apesadumbrada, y cuando ya unas lágrimas se
bifurcaban entre los infinitos y profundos surcos que el tiempo
había cincelado en su rostro, con voz grave que reflejaba un gran pesar le
interrumpió:
“No
hijo, no soy yo el gran maestro, y ni mucho menos el más grande, el primero;
sino que, el más grande, el más sabio, es este joven que viste en aquella
fiesta.
Sí,
porque yo aún debo apartarme la sociedad y del mundo, huir de él para tratar de
encontrar la paz en mi. En cambio este joven y gran maestro si puede estar en
el mundo sin que el mundo esté en él, esta es la suprema maestría.”
Se
cuenta que aquél inquieto buscador fue visto bajando de aquella
montaña dando saltos y aspavientos y con grandes risotadas.
Algunos
dicen que era la risa histérica y desenfrenada de aquel que ha perdido la
razón...
Más,
otros afirman que esta era la risa espontánea, desinhibida, arrolladora y
visceral de aquél que por fin ha comprendido...
Antonio
Coll
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