Los
falsos maestros conocen perfectamente todo el repertorio de trucos para
pretextar o justificar sus comportamientos, por más falaces, innobles o
corruptos que sean.
Lo
peor es que logran engatusar a muchas personas demasiado ingenuas, manipularlas
hábilmente y ponerlas a su servicio incondicional.
Los
«santos» tramposos no son un producto de nuestra época, como a veces
equivocadamente se deduce, sino de todas.
Tienen
sus artimañas para impresionar a sus «clientes», despertar su admiración,
motivados y sacarlos de su jaula para meterlos en la del falso maestro.
Tienen
muy bien estudiada la forma de argumentar sus enrarecidos comportamientos y de
enmascarar sus flagrantes contradicciones.
Muchos
de estos maestros, sobre todo los de masas, predican desapego cuando son más apegados
que nadie; hablan de accesibilidad y son inaccesibles; critican a la sociedad
de consumo y son desenfrenados consumistas; se refieren a las virtudes de la
humildad y tienen un ego desorbitado.
Pero
si el discípulo pone al descubierto alguna de estas «singularidades» del
maestro, se le explica (por el maestro mismo o por los bien aleccionados
componentes de su camarilla, que la mayoría de las veces tienen graves deficiencias
emocionales) que el preceptor procede intencionadamente así para poner a prueba
al discípulo o para menguar su ego o para ejercitar su confianza u otro buen
número de bien estudiadas justificaciones.
Pero
lo más sabio que puedes hacer, si encuentras un maestro, es ponerlo a prueba y,
además, cuanto más sinceras sean tus intenciones, tal vez más sincero será el
maestro que encuentres.
No
obstante, dispones de tu inteligencia primordial y tu discernimiento, que te prevendrán
para que no seas demasiado ingenuo. Un toque de ingenuidad es inocencia y belleza;
demasiada ingenuidad es necedad.
Ramiro
A. Calle
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