sábado, 21 de noviembre de 2015

El viento de otoño dispersa las hojas muertas










Un hombre joven amaba a una muchacha rica.
Durante dos años le escribió todos los días, sin obtener nunca respuesta.
Por lo que se hizo monje, y se retiró a una ermita de la montaña.
Un día, algunos años más tarde, la vio llegar a su lugar de recogimiento.
Arrodillándose ante él, le dijo: -Me he equivocado. Ahora he comprendido tu amor, démelo aquí, soy suya.
Pero él respondió: -Es demasiado tarde. Ahora soy monje, he cortado mi amor por ti. ¡Vete!
Algunos días después, descendió al valle a mendigar comida a la aldea.
Los habitantes no hablaban más que de la última noticia: se ha encontrado a una mujer muy bella de cara noble, vestida ricamente, muerta en el río.
-“Seguramente se trate de una historia de amor que ha terminado mal”
El monje comprendió, se dirigió a la tumba y allí, cantó este poema:
‘Cuando viniste a la puerta de mi ermita.
Las hojas muertas del otoño yacían, rojas, en el suelo.
Después de tu partida, el viento del otoño las ha dispersado;
Todo es impermanente y mi pobre ermita es mejor que un palacio.
¿Por qué nuestros destinos no han podido encontrarse?
Antes yo sufría, y tú estabas en paz.
Ahora he entrado en la vía de la serenidad y tú sufres.
Todos estos años han pasado como un sueño.
Cuando morimos nadie nos sigue al ataúd.
No queda nada de nuestras ilusiones:
Sufrir no sirve pues de nada, ni afligirse.
Ahora estás muerta.
Oye, simplemente, como yo,
el viento que murmura en las ramas de los pinos.'

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