Una
vez Buda estaba en la montaña.
En
un bosque próximo, un monje estaba meditando.
Lo
hacía de manera muy dedicada, pero no conseguía llegar a la iluminación; hasta
que un día, sintiéndose desorientado, fue a buscar a Buda.
-Maestro,
me estoy ejercitando mucho. Entre todos los discípulos no hay quien me iguale
en dedicación. Por qué entonces no consigo obtener la iluminación? Tal vez
fuese mejor que me vuelva a mi casa. Tengo bienes que me permiten llevar una
vida feliz. No es mejor que abandone este camino y que vuelva al mundo?-
Buda
le retrucó:
-Antes
de tornarte monje eras un arpista eximio, ¿verdad?-
-Bueno,
tenía cierta habilidad con ese instrumento.-
-Entonces
respóndeme. Cuando las cuerdas del arpa están muy duras, ¿se obtiene un sonido
bueno?-
-No,
Maestro-
-Cuando
las cuerdas están sueltas... ¿se obtiene un sonido bueno?-
-Tampoco,
Maestro.-
-Las
cuerdas no deben estar ni demasiado duras ni demasiado sueltas-
-Todo
es así en la vida. Demasiada aplicación trae inquietud a la mente, el ocio
exagerado trae negligencia. Necesitamos seguir el camino del medio entre los
dos extremos.-
Revista
Chi de Agua
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