En cierta ocasión, mientras
caminábamos de regreso a nuestro ashram en la montaña, un hombre
occidental se acercó a mi maestro y le preguntó qué diferencia había entre un
maestro real y uno falso.
Entonces mi maestro se detuvo y
se quedó esperando en el camino como si supiese que alguien iba a pasar.
Así, cuando reconoció a un famoso
erudito de la región, se acercó a él y le preguntó:
-Maestro, ¿hacia dónde se dirige?
–Voy a tal ciudad. Contestó el
hombre
–Y, ¿puedo preguntarle por qué se
dirige a ese lugar? Insistió mi maestro
–Bueno, porque necesito ver a
alguien que está allí. Respondió, finalmente el erudito mientras se despedía de
nosotros a toda prisa.
-¡Ya ves la diferencia! dijo mi
maestro mirando al hombre que le había formulado aquella pregunta.
Pero el occidental, encogiendo
los hombros, replicó:
-No lo entiendo, ¿acaso no ha ido
usted también a la ciudad esta mañana como ese otro hombre?
-Pero mi maestro, sonriendo,
finalmente le dijo:
-La diferencia es que yo fui a la
ciudad porque alguien me necesitaba allí, en cambio él va porque necesita a
alguien de allí.
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