Don Juan definía al guerrero como
un luchador por excelencia.
Era un estado de ánimo, un
talante propiciado por el intento de los chamanes de la antigüedad; un ánimo en
el que cualquier hombre podría introducirse.
-El intento de aquellos chamanes -dijo Don Juan- era tan agudo, tan poderoso,
que solidificaba la estructura de guerrero en quienquiera que lo pulsara, aun cuando no fuera consciente de ello.
Para los chamanes del México antiguo, el guerrero era en síntesis, una unidad
de combate tan afinada para la lucha en su entorno, tan extraordinariamente
alerta que, en su forma más pura, no necesitaba nada superfluo para sobrevivir.
Un guerrero no tenía necesidad de
regalos, ni de ser apoyado con palabras o actos, ni de recibir consuelo o
incentivos.
Todas esas cosas estaban
incluidas en la propia estructura del guerrero.
Dado que tal estructura estaba
determinada por el intento de los chamanes del México antiguo, aquellos
chamanes se aseguraron de incluir en ella cualquier cosa previsible.
El resultado final era un
luchador que luchaba solo y que extraía de sus propias silenciosas convicciones
todo el impulso que precisaba para seguir adelante, sin quejas, sin necesidad
de reconocimiento; silencioso en su lucha, imparable porque no tiene nada que perder,
práctico y eficaz porque tiene todo que ganar.
C. Castaneda.
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