Mientras un maestro y su
discípulo paseaban tranquilamente por el sendero que salía de la ciudad, se
toparon con el carruaje de una niña que había volcado en un tramo del camino.
Al darse cuenta de lo sucedido,
el maestro se dirigió rápidamente para ver en qué podía ayudar, dando ánimos a
la pequeña y volviendo a poner el carruaje en su sitio.
No obstante, después de
despedirse, el discípulo miró a su maestro y le dijo:
-Señor, en lugar de haber ayudado
a esa niña rica, quizás debería preocuparse más por los pobres que malviven en
la ciudad.
A lo que el maestro contestó:
A lo que el maestro contestó:
-Yo tengo dos manos y las he
usado para ayudar. Y tengo una boca y la he utilizado para dar ánimos a alguien
que estaba en apuros. Tú, en cambio, utilizas tu boca para criticar mientras
tus manos no se han movido de tus bolsillos. Si tanto te preocupan los pobres
de la ciudad, ¿por qué no te ocupas de ellos como yo lo he hecho de esa pobre
niña?
Manuel Fernández Muñoz
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