La caligrafía es una de las artes íntimamente
relacionadas con esta práctica.
La forma
de los símbolos me la da mi propio cuerpo; el grosor y el ritmo de los trazos
esta dado por la circulación de la energía interior, pues ella imprime en la
acción, el matiz y la fuerza regente; mientras que el sentido esta dado por la
esencia espiritual que me conecta con el sentido
universal.
Mientras hacemos la forma, nuestro cuerpo se
transforma en una especie de pincel, cuyo comienzo da inicio a una pincelada
infinita, continua, constante, ininterrumpida, que dibuja en el espacio los
símbolos que me acercan a la comprensión real del sentido universal, me
sensibilizan para la experiencia de la vibración invisible que mueve todas las
cosas.
Mi ser es sagrado tanto en su aspecto terreno como
en su aspecto celeste, porque la divinidad penetra en todos los intersticios
que hacen a la realidad.
En esta clave, está cifrada la comprensión de Tai
Chi Chuan como arte del silencio, porque justamente, al comenzar a expresarnos
por medio de las formas de nuestro cuerpo, dejamos de lado la palabra racional,
para dar paso al lenguaje silencioso de la intención profunda.
Es
imposible impedir al cuerpo que se exprese, la tristeza y la alegría están
impresas en nuestro cuerpo como un sello real.
Esta
práctica solo nos pone en posición de comenzar a percibir mejor este potencial
simbólico de nuestra humanidad.
Amanda
Cabrera