Si las aguas son plácidas, la luna será reflejada perfectamente.
Si nos aquietamos, podemos reflejar perfectamente lo divino.
Pero si nos involucramos sólo en las actividades frenéticas en las que
participamos cotidianamente, si buscamos imponer nuestros propios esquemas
sobre el orden natural, y si nos permitimos estar absortos en opiniones
egocéntricas, la superficie de nuestras aguas se volverá turbulenta.
Entonces no podemos ser receptivos al Tao.
No hay esfuerzo que podamos hacer para aquietarnos.
La verdadera quietud viene naturalmente de momentos de soledad en que
dejamos que nuestra mente se asiente.
Tal como el agua busca su propio nivel, la mente gravitará hacia lo
sagrado.
El agua turbia se volverá clara si se le permite quedarse tranquila, y
así también se aclarará la mente si se le permite estar en calma.
Ni el agua ni la luna hacen ningún esfuerzo por lograr un reflejo.
De la misma manera, la meditación será natural e inmediata.
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jueves, 2 de noviembre de 2017
Si nos aquietamos
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