viernes, 31 de marzo de 2017

La atención consciente


La meditación es el gimnasio de la mente. 
La atención consciente en el ahora es la llave Maestra que te va a permitir crear la vida que deseas.
 Sin ella, tu mente seguirá recreando los viejos patrones de pensamiento y las mismas reacciones emocionales, por tanto, de un modo inconsciente, seguirás recreando tu antigua vida.
La mente puede convertirse en un caballo salvaje que corre a toda velocidad, pero sin conducirnos a ninguna parte.
Al menos, a ningún lugar donde experimentar más serenidad y armonía.
La buena noticia es que podemos entrenarnos para observar nuestros procesos mentales con atención consciente.
De este modo, entraremos profundamente en el “aquí” y “ahora” y comenzaremos a llevar las riendas del caballo.
La mente va de un lado para otro, como un mono saltando de rama en rama.
Si nos dejamos arrastrar por los viejos patrones mentales emocionales, podemos entrar en emociones de baja frecuencia.
En este estado es fácil encontrar obstáculos de distinta índole.
Todos tenemos alguna experiencia de cómo nuestro estado interno de malestar encuentra eco “afuera” con dificultades y conflictos con otras personas.
Entrenándonos como observadores de nuestra propia realidad, a través de la atención consciente, podemos hacernos cargo de todos nuestros estados emocionales, sin miedo a sentir y no poder controlar lo que experimentamos.
La meditación es el gimnasio de la mente.
Es un entrenamiento para cultivar la atención consciente.
Al igual que hay muchos tipos de gimnasios y de entrenadores, también hay diferentes sistemas de meditación y de maestros.
El objetivo común es entrenar la mente para estar cada vez más atentos a lo que sucede en el ahora, pero las formas varían y cada uno necesita encontrar la que se adapta mejor a su naturaleza.
Hay meditaciones en posición sentada y meditaciones en movimiento; hay prácticas con visualización, con mantras, con mudras, etc., etc.
El ejercicio de sentir tu respiración 2 minutos, es una de las meditaciones más zen-cillas que puedes realizar.
Todo lo que se necesita para su práctica lo llevas puesto y puedes hacerla en cualquier parte.
Cada vez que percibas que te desconectas de tus sensaciones en el momento presente, puedes volver aquí y ahora a través de tu respiración.
De este modo comenzarás a darte cuenta de la cantidad de veces que estás reaccionando en automático y podrás empezar a crear las respuestas que quieres para tu existencia.
Tomarás conciencia también de la cantidad de pensamientos que produces preocupándote por un futuro que, de momento, no ha llegado, en lugar de ocuparte de construir la realidad que deseas experimentar.
Nuestra mente nos pertenece y podemos entrenarla.
A veces escucho a alguna gente hablando de su mente como si la hubiese abducido un extraterrestre.
Si tu cabeza está poblada de incesantes pensamientos que no te generan bienestar, recuerda: tu mente es tuya y puedes ejercitarla.
Cuando te sientas a sentir tu respiración, cuando practicas la meditación, estás creando un estado de lucidez y calma mental.
Así podrás observar todo lo que experimentas desapegadamente.
Cuida de concentrarte en la realidad que deseas, en lugar de hacerlo en lo que no deseas.
Lo importante es en lo que te estás enfocando, donde estás sosteniendo tu atención.
Nuestros “estados” son semillas que plantamos en el terreno fértil de todas las posibilidades.
Así que, conviene enfocarse en lo que uno quiere experimentar.
Tenemos el poder de elegir nuestros pensamientos, y este poder está estrechamente ligado a la atención consciente de cada instante, respecto a lo que sucede en nuestro ser y en nuestro entorno.

Ana Jaraba





viernes, 24 de marzo de 2017

Éste y no otro es el Camino


El Maestro dijo a su discípulo:
“Éste y no otro es el Camino”.
El discípulo entendió que se refería a la polvorienta senda por la que iban.
Por eso cuando llegaron al mar y el Maestro se subió a la barca, no supo qué hacer y se quedo en la orilla, desconcertado.

miércoles, 22 de marzo de 2017

La hermandad del jardín de melocotones


A finales de la dinastía Han Oriental (25 d.c.-220 d.c.), China se encontraba en plena guerra.
La corte publicó un edicto real para reclutar soldados.
En Zhuozhou, ante este anuncio, se presentó un hombre llamado Liu Bei, orgulloso descendiente del príncipe Jin de Zhongshan de la dinastía Han.
Liu suspiraba mientras leía el edicto publicado cuando escuchó una voz impaciente que llegaba desde sus espaldas:
“¿De qué sirve el suspirar, sin la devoción de un hombre a su país?”.
Al instante, el orador se presentó:
“Soy Zhang Fei y me gano la vida vendiendo vino y sacrificando cerdos”.
“Quiero dedicarme al país”, explicó Liu después de decirle a Zhang su nombre. “¿Pero, cómo puedo lograrlo si estoy ahora con las manos vacías?”.
“No tienes que preocuparte”, dijo Zhang. “Estoy dispuesto a construir un ejército con mi fortuna y embarcarme en esta nueva carrera contigo”.
Mientras los dos hablaban alegremente tomando licor en un pequeño restaurante, llegó un hombre de apariencia marcial, guapo, de gran estatura y tez roja.
Liu y Zhang lo invitaron a unirse a la mesa.
Supieron entonces que el señor se llamaba Guan Yu, que había matado a un tirano local para hacer justicia, y por eso tuvo que huir de su casa y vagabundear por muchos años.
En una amable conversación, los tres se dieron cuenta de que compartían una ambición común y al día siguiente en un jardín de melocotones, juraron su hermandad al cielo y la tierra encendiendo inciensos y velas.
Liu Bei era el mayor, Guan Yu le seguía y Zhang Fei era el más joven. Prometieron esforzarse juntos por el futuro del país.
En adelante, los tres hermanos de juramento tuvieron una carrera exitosa.
Liu Bei ascendió al trono del estado de Shu en 221 d.c. en la actual provincia de Sichuan.


Barrer Las Impurezas




















Un anciano que había recorrido años y kilómetros en busca del camino espiritual, topó un día con un monasterio perdido en las montañas.
Al llegar tocó la puerta y pidió a los monjes que le permitieran vivir ahí para poder recibir las enseñanzas.
El hombre era analfabeto y poco ilustrado.
Ni siquiera podía leer los textos sagrados.
Pero, al verlo tan motivado, decidieron aceptarlo.
Los monjes comenzaron a darle tareas que, en un principio, no parecían muy espirituales.
 “Te encargarás de barrer el patio todos los días”, le dijeron.
El hombre estaba feliz.
Al menos, pensó, podría reconfortarse con el silencio del lugar y disfrutar de la paz del monasterio, lejos del mundanal ruido.
Pasaron los meses y en el rostro del anciano comenzaron a dibujarse rasgos más serenos.
Se lo veía tranquilo y contento.
Tenía una expresión luminosa.
Los monjes se dieron cuenta de que el hombre estaba evolucionando en la senda de la paz espiritual de una manera notable.
Un día le preguntaron:

“¿Puedes decirnos qué práctica sigues que expresa tanta paz interior?”.
“Nada en especial. Todos los días barro el patio lo mejor que puedo y, al hacerlo, siento que también barro todas las impurezas de mi corazón, borro los malos sentimientos y elimino la suciedad de mi alma.”

lunes, 20 de marzo de 2017

El verdadero Maestro


El verdadero maestro no te pide que hagas nada, sino que dejes de hacer todo aquello que te aparta de la Felicidad.
El verdadero maestro no te enseña nada, te ayuda a recordar lo que siempre has sabido, pero habías olvidado.
El verdadero maestro no te conduce hacia otro lugar que no sea tu propio ser, ni te pide que busques otra cosa que a ti mismo...
Así hasta que comprendas que el Paraíso no es un territorio del Cielo, sino un lugar dentro del alma.

Así hasta que entiendas que un ser humano realizado no nace, se hace, si consigue aprender del mejor Maestro que es la propia vida.

miércoles, 15 de marzo de 2017

La piedra que todos llevamos

El Maestro le dio a su alumno una piedra, tenía unas dimensiones proporcionales al ser de forma geométricamente cuadrangular, era de un tamaño ni muy grande ni muy pequeña, la cual tendría que cargarla para toda su vida, sin perderla ni desprenderse de ella, porque allí tendría la solución a sus problemas y a su liberación.
Cada día que se levantaba tenía que llevarla consigo fuese a donde fuese y con quien fuese, ella tendría que ser una prolongación de su vida y de él mismo.
Los primeros días y las primeras semanas fueron llevaderas, aunque de vez en cuando se le olvidaba llevarla y tenía que volver por ella ya que allí estaba su solución, su liberación…llegaron a pasar los días y las semanas, hasta los meses...y cada vez y ya se le comenzaba hacer un poco pesado portar con una piedra en la que no veía ni entendía el significado de las palabras del Maestro.
Además no podía recurrir a él, ya que se había marchado a un largo viaje y lejos de toda comunicación.
Pasaban los meses y desde el amanecer en el que los rayos del sol daban sus primeras señales de vida, hasta el caer de la oscuridad de las noches, la piedra cuadrada era insignificante para él, además le comenzaba a causar dolor, molestar y pesadez…y las preguntas cada vez iban a más sin soluciones.
Llegaba el día en el que miraba la piedra y sin comprender nada, sumergían de sus ojos unas gotas de lágrimas de incomprensión, de debilidad, de sentirse nada, de verse sólo, una piedra era capaz de hacerle sentir todo eso…y más.
Así pasaron los meses y un año, sin saber cuándo volvería su Maestro, sin conseguir respuestas, sin entender…
A veces el oscurecimiento que llegaba a soportar era tan grande que sería capaz de echar todo por tierra, no teniendo nada sentido, pareciendo una broma, llegaba a pensar, y la ira hacía su hueco para manifestarse en él y robarle toda su energía, su breve lucidez….
Pasaron varias estaciones del año, como pasaba el tiempo sin encontrar, sin nada…desayunos, comidas y cenas acompañado de una insignificante piedra cuadrangular a la cual no le sacaba ningún significado, ningún fruto de estudio… esto no podía ser posible (se decía a sí mismo).
Llego un día en el que el esplendido sol hacía su presencia a primeras horas de la mañana, dando calor y luz a todo lo que abarcaba, su energía se podía plasmar en toda la naturaleza, desde los pájaros con sus cantos y revoloteos entre ellos y danzando de árbol en árbol, hasta el crujir de las flores al abrirse a los rayos del sol para saciarse de su esencia y florecer en su apogeo de vivir y ser, esa mañana sin esperar nada, se levantó miró la piedra y la abrazó, comprendió que era parte de él, la aceptó de corazón y de mente, de sentimiento…y a partir de ese maravilloso día todo se iba transformando poco a poco, paso a paso, empezó a esculpir la piedra ya que el Maestro no le había dicho nada al respecto de cambiar su forma, sólo en que sería su solución a problemas y liberaciones, y que no debía abandonarla.
Comenzó poco a poco a limar sus esquinas, con delicadeza para que no se deformase más de lo que él pretendía, fue esculpiendo una cabeza, unos hombros, con sus brazos en reposo tocándose suavemente las manos, en posición de flor de loto, era la forma de un ser iluminado (un buda), de un ser bondadoso, que trasmitía paz y amor, así fue como comenzó encontrar la solución a unos problemas que a él tanto le afectaban y como se fue liberando de una pesadez karmica en la que no veía solución posible.
Cuando al tiempo volvió su ansiado Maestro del largo viaje sólo pudo enseñarle la piedra cuadrangular transformada en una figura de un ser luminoso (un ser despierto) y abrazarlo sin que las palabras hiciesen presencia en tal bello acto de comprensión y amor.
Desde aquella transformación sin tiempo, llegó a comprender que todos llevamos una piedra, cada cual de diverso tamaño, así es para cada ser humano, y todos podemos y tenemos la opción de esculpirla o de seguir mirándola sin saber qué hacer con ella y porqué nos acompaña…ese es el karma al que hay que transformar, esa es la piedra en la que hay que trabajar, eso es eso.
Coge tu piedra, tu cincel y escultor…comienza a formar tu escultura….
¿Quién no ha tenido o tiene esa piedra en sus manos?... ¿quién?...

Autor Desconocido


domingo, 12 de marzo de 2017

La graduación

Durante los tiempos del Japón feudal vivió un celebrado maestro de Kendo quien, en cierta ocasión, decidió poner a prueba las destrezas de sus tres mejores discípulos. Así, los condujo uno a uno a un viejo templo cerca de las montañas y les habló de este modo:
"Cada uno de ustedes ha estudiado bajo mi supervisión durante muchos años, ahora es tiempo de demostrar que mis enseñanzas no han sido en vano.
Allí, en aquel templo les aguarda la prueba final, si acaso logran superarla, entonces habrán obtenido la graduación”.
En el interior del templo el maestro había ocultado cuidadosamente a cuatro bravos samuráis armados con cachiporras y con la instrucción de arrojarse a cualquiera que pretendiera ingresar al templo.
El primer discípulo, según las instrucciones de su maestro, ingresó en primer lugar y antes que sus ojos pudieran acomodarse a la luz fue sorprendido y golpeado por los samuráis.
El maestro le dijo:
"Lo siento, pero no has podido graduarte".
El segundo discípulo que ingresó al templo, en cambio, logró detectar la presencia del samurai y esquivar su ataque saliendo del templo visiblemente satisfecho y triunfante.
Pero, nuevamente, el maestro le dice:
"Lo siento, pero no has podido graduarte".
Por último, el tercer discípulo fue conducido por su maestro al templo y lo instruyó sobre la prueba que debía sortear. Y antes de ingresar el discípulo le dijo:
-Venerable maestro, el rito prescribe que el discípulo sólo puede ingresar al templo precedido de su maestro. De modo que si usted lo permite, ingresaré sólo tras sus pasos.
A lo cual el maestro replicó:
-Tú, sí, que has aprendido todo lo que te he enseñado. 


Despedidas elegantes


Antes de morir, Hui-neng*, el sexto patriarca del budismo chino, pronunció estas emotivas palabras de despedida:
"Acercaos. En el octavo mes, pretendo dejar este mundo. Si alguno de vosotros tiene dudas, preguntad rápido y las resolveré por vosotros. Debo acabar con vuestras ilusiones y conseguir que alcanceís la paz".
Muy conmovidos, todos los discípulos empezaron a llorar.
Sólo Shen-hui permaneció entero.
Hui-neng se dirigió a él:
"Shen-hui, eres un joven monje, pero has alcanzado el estado en que lo bueno y lo malo son idénticos y no te conmueven ni los juicios de alabanza ni las críticas. El resto no habéis comprendido...Lloráis simplemente porque no sabéis a donde voy. Si lo supierais, no lloraríais. La naturaleza en sí misma no tiene ni nacimiento ni destrucción, ni ir ni venir".
Las últimas palabras de Hui-neng fueron:
"Adiós a todos, me voy en este momento. Cuando desaparezca no lloréis con lágrimas mundanas, no aceptéis condolencias, dinero ni sedas de la gente, no llevéis luto.
Si lo hacéis, ello no estará de acuerdo con el Dharma sagrado, ni seréis mis auténticos discípulos. Permaneced del mismo modo que si estuviera entre vosotros y sentaos juntos en meditación. Si permanecéis en calma, tranquilos y serenos, sin movimientos, sin quietud, sin nacimiento, sin destrucción, sin ir y venir, esto es el Gran Camino. Una vez que me haya ido, simplemente practicad según el Dharma, del mismo modo en que lo hacíais cuando estaba con vosotros. Aunque siguiera en este mundo, si vais contra las enseñanzas, mi permanencia no tendría sentido".

domingo, 5 de marzo de 2017

He sido



He sido la hoja de una espada,

He sido una gota en el río,


He sido una estrella luciente,


He sido una palabra en un libro,


He sido un libro en el principio,


He sido una luz en una linterna,


He sido un puente que atraviesa sesenta ríos,


He viajado como un águila,


He sido una barca en el mar,


He sido un capitán en la batalla,


He sido una espada en la mano,


He sido un escudo en la guerra,


He sido la cuerda de un arpa,


Durante un año estuve hechizado en la espuma del agua.


He sido… pero, ¿qué soy?...



Poema galés anónimo
(Siglo VI)

Los verdaderos problemas



-¡Pequeña comadreja! rugió el espadachín a voz en grito, y el silencio se hizo en la posada. 
-He perdido cinco veces seguidas. ¿De qué manera me estás engañando?
El ronin tumbó de una patada la caja para detener aquel juego que tan caro le estaba costando. 
Los platos y las peonzas rodaron por el suelo y quedó al descubierto el mecanismo empleado para la artimaña
Algunos no comprendieron lo que aquello significaba, pero otros jugadores señalaron la caja tumbada y murmuraron con el ceño fruncido. 
Entre los que se percataron del truco se encontraba el malhumorado ronin que, al comprobar que su desconfianza estaba legitimada, agarró al muchacho por la muñeca hasta levantarlo en peso.
El pequeño estafador tenía el semblante desencajado por el terror, pero aun así no emitió sonido alguno. 
Fue entonces cuando Seizô comprendió que era mudo, probablemente porque sus amos así lo habían querido.
-Te cortaré esta mano de ladrón que tienes, así aprenderás a no jugármela.
Dijo al oído del niño, pero todo el mundo pudo escucharlo en el silencio de la sala.
El ronin desenfundó la wakizashi, cuyo filo reverberó a la luz de las lámparas de aceite. Casi al unísono, unos dedos se clavaron en el brazo de Seizô.
-Si de verdad quieres equilibrar tu karma por lo que hiciste el otro día, sálvale la vida a ese niño.
Le rogó Aoi con voz acuciante, sus ojos implorándole piedad por otro.
Seizô no dijo nada, se limitó a retirarle suavemente la mano del brazo y comenzó a avanzar entre el gentío. 
Siempre se preguntaría si aquella noche hubiera intervenido de no ser por la súplica de Aoi. 
Ella le había arrebatado la oportunidad de saberlo.
Cuando los últimos curiosos se apartaron para dejarle paso, el ronin desvió su colérica mirada hacia él.
-¿Qué quieres? ¿A ti también te debe algo esta comadreja?
-Suéltalo. Se limitó a decir Seizô.
-¿Cómo has dicho? Creo haber escuchado que me dabas una orden.
-He dicho que lo sueltes.
-Nos ha estado robando a todos.
-Es cierto, pero no por ello es necesario quitarle la vida.
-¿Que no es necesario? Rio divertido el samurái. 
-Es una simple rata de campo que ha estado metiendo la mano en los bolsillos de esta buena gente. Deberías agradecerme que lo mate. ¿O es que vas a medias con él?
Algunos de los parroquianos asintieron en tono amenazador, pero Seizô los ignoró.
-Es un timador. Ahora lo sabemos y no podrá engañar a nadie más. Lo justo es que todos recuperen su dinero y que lo echen del pueblo. Pero no tiene por qué morir. Es un simple niño, aún tiene tiempo de enmendarse.
-¿Qué mierda me importa a mí su enmienda? Hasta que no le corte el brazo y vea cómo se desangra no me iré a dormir tranquilo.
Sin mediar más palabras, Seizô empuñó su katana y desenvainó hasta mostrar dos dedos de acero. 
Un murmullo contenido recorrió la concurrencia y todos dieron un paso atrás, alejándose de los dos samuráis.
-Suéltale, o el sueño no será lo único que pierdas esta noche.
El ronin atisbó los ojos de Seizô, duros como el pedernal pese a su juventud, y a continuación, el acero blanco de su espada. 
Decidió que no merecía la pena morir por unas cuantas monedas, así que, como el perro que abre sus fauces a desgana, soltó a su presa para que cayera al suelo. 
La mirada del muchacho estaba ahogada en puro pánico, y aún tardó un rato en comprender que se le había perdonado la vida y que debía correr hacia la puerta.
Nadie osó detenerle, pues Seizô no había apartado la mano de la empuñadura, los dos dedos de filo aún al descubierto, suficientes para cortar el aliento de todos los allí reunidos. 
Cuando envainó por completo, los parroquianos esperaron hasta que el otro ronin recuperara su dinero, y entonces se abalanzaron sobre las monedas que habían quedado esparcidas por el suelo.
Seizô pasó entre los que corrían en dirección opuesta, ávidos por conseguir alguna moneda ajena. 
Cuando regresó a su mesa, Aoi lo esperaba con expresión de alivio.
-Gracias. Dijo cuando tomó asiento.
-Hice lo que debía.
-Aun así, nadie más estaba dispuesto a hacerlo.
-No creo que haya servido de nada. Mañana volverá con su patrón y empezará de nuevo en algún otro pueblo.
-Los bakuto son gente peligrosa. Mejor que tu camino no se cruce con ellos. Le advirtió la mujer.
-¿De qué sirve, entonces, lo que he hecho?
-Esta noche le has salvado la vida a ese crío, deberías estar satisfecho. Le reprochó Aoi. 
Pero una cosa es salvar vidas y otra cambiarlas. 
No pienses que los verdaderos problemas de este mundo se pueden resolver con una espada.
El guerrero a la sombra del cerezo

viernes, 3 de marzo de 2017

Las virtudes

Las virtudes tienen que ser practicadas hasta que se conviertan en tu naturaleza.
La amabilidad, la compasión y la meditación deberían continuar como prácticas hasta que te des cuenta de que son tu misma naturaleza.

Guruji

miércoles, 1 de marzo de 2017

El maestro y las normas

A pesar de su tradicional proceder, el Maestro 
no sentía un excesivo respeto por las normas y las tradiciones. 
En cierta ocasión surgió una disputa entre un discípulo y su hija, 
porque aquél insistía en que ésta se ajustara a las normas 
de su religión para elegir a su futuro marido. 
El maestro se puso inequívocamente del lado de la muchacha. 
Cuando el discípulo le manifestó la sorpresa que le producía 
el que un santo actuara de aquella manera el Maestro le dijo: 
-Debes comprender que, al igual que la música, 
la vida está hecha de sentimiento y de instinto, más que de normas.