Durante
los tiempos del Japón feudal vivió un celebrado maestro de Kendo quien, en
cierta ocasión, decidió poner a prueba las destrezas de sus tres mejores
discípulos. Así, los condujo uno a uno a un viejo templo cerca de las montañas
y les habló de este modo:
"Cada
uno de ustedes ha estudiado bajo mi supervisión durante muchos años, ahora es
tiempo de demostrar que mis enseñanzas no han sido en vano.
Allí,
en aquel templo les aguarda la prueba final, si acaso logran superarla,
entonces habrán obtenido la graduación”.
En
el interior del templo el maestro había ocultado cuidadosamente a cuatro bravos
samuráis armados con cachiporras y con la instrucción de arrojarse a cualquiera
que pretendiera ingresar al templo.
El
primer discípulo, según las instrucciones de su maestro, ingresó en primer
lugar y antes que sus ojos pudieran acomodarse a la luz fue sorprendido y
golpeado por los samuráis.
El
maestro le dijo:
"Lo
siento, pero no has podido graduarte".
El
segundo discípulo que ingresó al templo, en cambio, logró detectar la presencia
del samurai y esquivar su ataque saliendo del templo visiblemente satisfecho y
triunfante.
Pero,
nuevamente, el maestro le dice:
"Lo
siento, pero no has podido graduarte".
Por
último, el tercer discípulo fue conducido por su maestro al templo y lo
instruyó sobre la prueba que debía sortear. Y antes de ingresar el discípulo le
dijo:
-Venerable
maestro, el rito prescribe que el discípulo sólo puede ingresar al templo
precedido de su maestro. De modo que si usted lo permite, ingresaré sólo tras
sus pasos.
A
lo cual el maestro replicó:
-Tú,
sí, que has aprendido todo lo que te he enseñado.
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