Cuando acabó el terremoto empezaron a alabar su serenidad y a él le empezó a gustar tanto elogio. Un discípulo le pidió que les comentara cómo se había sentido en esos momentos.
El presumió así: En medio de tanto caos y tantos gritos yo sólo sentía una gran serenidad. Cuando empezó el temblor estaba bebiendo mi cuenco de agua y mientras duraba seguí bebiendo mi cuenco de agua tan tranquilo. ¿Acaso alguno de vosotros vio temblar mis manos?
A lo que un discípulo que había estado todo el tiempo callado respondió: Maestro, temblar no le temblaron las manos, pero lo que se bebió enterito fue el cuenco de la salsa de soja.
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