Tres sabios fueron convidados para probar la excelencia de un
vinagre.
El primero de los sabios metió un dedo en el líquido y lo probó. Una expresión
desagradable se dibujó en su cara y dijo:
—El vinagre está demasiado ácido. ¡Retiradlo!
El segundo sabio humedeció su dedo en el vinagre y, después de probarlo, con gesto adusto, dijo:
—Este vinagre es horrible. Es muy amargo.
El tercer sabio probó igualmente el vinagre y, sonriendo, dijo:
—¡Sabe a vinagre! “
El último sabio representa a Lao Tse, quien reconoce el vinagre tal como es, sin juicios: el vinagre, simplemente, tiene gusto a vinagre.
—El vinagre está demasiado ácido. ¡Retiradlo!
El segundo sabio humedeció su dedo en el vinagre y, después de probarlo, con gesto adusto, dijo:
—Este vinagre es horrible. Es muy amargo.
El tercer sabio probó igualmente el vinagre y, sonriendo, dijo:
—¡Sabe a vinagre! “
El último sabio representa a Lao Tse, quien reconoce el vinagre tal como es, sin juicios: el vinagre, simplemente, tiene gusto a vinagre.
Con esa misma actitud los taoístas acompañan a la naturaleza.
Toman la vida en su estado natural.
Disfrutan cada “sabor” sin anhelar que sea diferente.
Porque cada momento tiene el “sabor” que le corresponde.
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