viernes, 20 de enero de 2017

¿Por qué nada es perfecto?





¿Has llegado a preguntarte por qué las cosas no son como quisieras que fueran? ¿A cuáles cosas te refieres?
Pensemos en dos detalles al llamar a algo perfecto.
Primero, veamos cómo usamos las definiciones.
El lenguaje es algo muy poderoso, lo sabemos incluso los occidentales.
Mucho se dice sobre cómo nos define el lenguaje, tanto así que, como hablamos, pensamos.
Filósofos de comienzos del siglo pasado ya afirmaban que cuando definimos algo, sólo estamos diciendo para qué sirve.
¿Quieres hacer la prueba?
Mira a tu alrededor, agota las posibilidades, y nos vemos en un rato.
Deja a un lado la pereza, mira a tu alrededor y busca definir algo sin decir para qué sirve.
Cuesta un poco prescindir de esta última información.
Bien, ahora que ya hemos notado esto, mira ejemplos del poder del lenguaje en varias culturas.
¿Has notado que el color rojo y el rosa son distintos? pues en Rusia y en Italia ocurre lo mismo con el azul y el “azul celeste”.
Estos dos últimos, para nosotros en español, no son sino el mismo color azul. 
Pero, del mismo modo en que nosotros vemos una diferencia entre el rojo y el rosa, los rusos y los italianos ven una diferencia semejante entre el azul, y el azul celeste.
Una cuestión de nombres.
También ocurre con las situaciones: allí donde una persona ve un problema, otra ve una oportunidad.
Y normalmente esto ocurre por la elección de la definición que trata de ajustar a la situación problemática… U oportunidad.
Sin embargo, otro detalle de la perfección.
Concordemos en que lo perfecto es lo que llega a un máximo posible de excelencia.
Algo perfecto es algo intachable, sin errores, ni posibilidad de cambio.
Pero cuando decimos “qué auto perfecto me he comprado”, significa que cumple mis expectativas más inmediatas (máximo grado de excelencia).
Sin embargo, tiende paulatinamente a usar mucho combustible, o que se desbalancean las llantas.
Para que un compuesto de cosas pueda ser nombrado perfecto, debemos conocer cada detalle de ese compuesto, hasta el más mínimo, y que cada uno sea intachable.
Si ese algo es tan pequeño como un tenedor, quizá sea fácil argumentar si es perfecto o no.
Pero si hablamos de algo tan sólo un poco más grande, como una habitación, las posibilidades aumentan exponencialmente.
Sin embargo, estamos viendo perfección en el espacio, en lo que vemos…
¡Demasiados detalles!
Y si, por casualidad, viéramos perfección en otra dimensión, por ejemplo en el tiempo.
Sólo hay un detalle: transcurre.
Y transcurre de formas perfectamente medibles, regular, de forma constante, y permanente.
Esto al menos en el que se desenvuelve nuestra cotidianidad.
En sí mismo no cambia, pero a través de él todo evoluciona, se desplaza.
El tiempo es una ley constante sobre la cual ocurre el movimiento de las cosas. Las mismas cosas no son perfectas, pero su cualidad de moverse es perfecta como el tiempo.
Tan sólo hemos usado la palabra perfección de otro modo, como el azul o el rojo en los ejemplos precedentes.
Sin embargo, a pesar de saber que es relativo, ello no modifica nuestra característica: que transcurre.
Y por ello no vemos la perfección: la buscamos en las cosas, pero en realidad nos acercamos más a ella cuando pensamos en la forma en la que se mueven las cosas.
La perfección es el movimiento mismo, del cual no podemos decir nada, pues ya hablar de él implica conocerlo todo.
Sólo lo notamos, intuitivamente, más allá de las palabras.
Lo perfecto no son las cosas que se mueven, sino el hecho mismo de que lo hagan, y nosotros somos los únicos seres que, aun dentro de este mismo movimiento, somos capaces de notarlo, e incluso darle nombres en palabras a los extremos entre los que se mueven las cosas.
Un movimiento indefinible, pero perfecto.
Creo que “Tao” podría calzar con ello.

No hay comentarios.: