¿Has
llegado a preguntarte por qué las cosas no son como quisieras que fueran? ¿A
cuáles cosas te refieres?
Pensemos
en dos detalles al llamar a algo perfecto.
Primero,
veamos cómo usamos las definiciones.
El
lenguaje es algo muy poderoso, lo sabemos incluso los occidentales.
Mucho
se dice sobre cómo nos define el lenguaje, tanto así que, como hablamos,
pensamos.
Filósofos
de comienzos del siglo pasado ya afirmaban que cuando definimos algo, sólo
estamos diciendo para qué sirve.
¿Quieres
hacer la prueba?
Mira
a tu alrededor, agota las posibilidades, y nos vemos en un rato.
Deja
a un lado la pereza, mira a tu alrededor y busca definir algo sin decir para
qué sirve.
Cuesta
un poco prescindir de esta última información.
Bien,
ahora que ya hemos notado esto, mira ejemplos del poder del lenguaje en varias
culturas.
¿Has
notado que el color rojo y el rosa son distintos? pues en Rusia y en Italia
ocurre lo mismo con el azul y el “azul celeste”.
Estos
dos últimos, para nosotros en español, no son sino el mismo color azul.
Pero,
del mismo modo en que nosotros vemos una diferencia entre el rojo y el rosa,
los rusos y los italianos ven una diferencia semejante entre el azul, y el azul
celeste.
Una
cuestión de nombres.
También
ocurre con las situaciones: allí donde una persona ve un problema, otra ve una
oportunidad.
Y
normalmente esto ocurre por la elección de la definición que trata de ajustar a
la situación problemática… U oportunidad.
Sin
embargo, otro detalle de la perfección.
Concordemos
en que lo perfecto es lo que llega a un máximo posible de excelencia.
Algo
perfecto es algo intachable, sin errores, ni posibilidad de cambio.
Pero
cuando decimos “qué auto perfecto me he comprado”, significa que cumple mis
expectativas más inmediatas (máximo grado de excelencia).
Sin
embargo, tiende paulatinamente a usar mucho combustible, o que se desbalancean
las llantas.
Para
que un compuesto de cosas pueda ser nombrado perfecto, debemos conocer cada
detalle de ese compuesto, hasta el más mínimo, y que cada uno sea intachable.
Si
ese algo es tan pequeño como un tenedor, quizá sea fácil argumentar si es
perfecto o no.
Pero
si hablamos de algo tan sólo un poco más grande, como una habitación, las
posibilidades aumentan exponencialmente.
Sin
embargo, estamos viendo perfección en el espacio, en lo que vemos…
¡Demasiados
detalles!
Y
si, por casualidad, viéramos perfección en otra dimensión, por ejemplo en el
tiempo.
Sólo
hay un detalle: transcurre.
Y
transcurre de formas perfectamente medibles, regular, de forma constante, y
permanente.
Esto
al menos en el que se desenvuelve nuestra cotidianidad.
En
sí mismo no cambia, pero a través de él todo evoluciona, se desplaza.
El
tiempo es una ley constante sobre la cual ocurre el movimiento de las cosas.
Las mismas cosas no son perfectas, pero su cualidad de moverse es perfecta como
el tiempo.
Tan
sólo hemos usado la palabra perfección de otro modo, como el azul o el rojo en
los ejemplos precedentes.
Sin
embargo, a pesar de saber que es relativo, ello no modifica nuestra característica:
que transcurre.
Y
por ello no vemos la perfección: la buscamos en las cosas, pero en realidad nos
acercamos más a ella cuando pensamos en la forma en la que se mueven las cosas.
La
perfección es el movimiento mismo, del cual no podemos decir nada, pues ya
hablar de él implica conocerlo todo.
Sólo
lo notamos, intuitivamente, más allá de las palabras.
Lo
perfecto no son las cosas que se mueven, sino el hecho mismo de que lo hagan, y
nosotros somos los únicos seres que, aun dentro de este mismo movimiento, somos
capaces de notarlo, e incluso darle nombres en palabras a los extremos entre
los que se mueven las cosas.
Un
movimiento indefinible, pero perfecto.
Creo
que “Tao” podría calzar con ello.
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