La vieja bufaba y protestaba, iba
de su casa al patio, del patio al establo, del establo al huerto y volvía a la
cocina.
Vivía en uno de los extremos del poblado y caminaba ligeramente encorvada.
-¡Ay, ay, qué breve es el tiempo! -se quejaba.
Budai la oyó desde el camino y comenzó a reír.
-¡Tanto por hacer y tan pocas manos! -insistía la vieja.
Vivía en uno de los extremos del poblado y caminaba ligeramente encorvada.
-¡Ay, ay, qué breve es el tiempo! -se quejaba.
Budai la oyó desde el camino y comenzó a reír.
-¡Tanto por hacer y tan pocas manos! -insistía la vieja.
Las carcajadas del vagabundo
llegaron a oídos de la mujer.
Frunciendo una frente de por sí
arrugada, lo maldijo por lo bajo.
Pero se arrepintió y dio unos
pasos en dirección a aquel que reía de su prisa.
Recordó que lo suyo era quejarse, no maldecir.
-Te mofas de mi, viajero -le increpó a Budai.
Recordó que lo suyo era quejarse, no maldecir.
-Te mofas de mi, viajero -le increpó a Budai.
-Qué va -repuso el hombre del
saco de tela, frotándose los ojos húmedos con la mano izquierda-, al oírte me
acordé de la historia de Zao, el malabarista, que hacía volar y luego recogía
cinco huevos a la vez hasta que lo intentó con un sexto y se le rompió.
-¿Y?-le increpó la vieja, ansiosa por saber qué se traía entre manos el viajero.
-¡Que se le rompió sobre su propia cabeza!
-¿Y?-le increpó la vieja, ansiosa por saber qué se traía entre manos el viajero.
-¡Que se le rompió sobre su propia cabeza!
-Un fastidio -dijo la mujer.
-¡Qué va! Fue la primera vez que Zao probó un huevo crudo y descubrió que no eran tan malos.
-Si quieres hacerte el enigmático conmigo -protestó la vieja-, te correré de aquí a escobazos.
-¡Qué va! Fue la primera vez que Zao probó un huevo crudo y descubrió que no eran tan malos.
-Si quieres hacerte el enigmático conmigo -protestó la vieja-, te correré de aquí a escobazos.
-El tiempo se detiene y alcanza
para todo si uno se queda tranquilo en el quinto huevo -sonrió Budai-. Cuanto
más te esfuerces por hacer, tantas más cosas te saldrán mal.
-No tengo quien me ayude -rezongó la apurada-. Y me gusta que todo funcione a la perfección.
-Cuantos más huevos pone una gallina, peor le salen -sonrió Budai.
-No tengo quien me ayude -rezongó la apurada-. Y me gusta que todo funcione a la perfección.
-Cuantos más huevos pone una gallina, peor le salen -sonrió Budai.
Hizo una reverencia y se ofreció
a ayudarla por unos días, a lo que la vieja accedió de inmediato.
Una mañana, viéndola un poco más
relajada, el vagabundo fue al gallinero, cacareó a las gallinas, recogió
seis huevos y se puso a hacer malabarismos delante de la puerta de la
casa de la vieja impaciente.
"El Buda de la risa"
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