Cuando le pidieron a Lieh-Tzu que explicara el arte de cabalgar los vientos, dio la siguiente descripción de su aprendizaje bajo su maestro Lao Shang:
Después de servirle por espacio de tres años, mi mente no se atrevía a reflexionar sobre el bien y el mal, mis labios no osaban hablar de ganancias y pérdidas. Entonces, por primera vez, mí maestro se dignó mirarme, y eso fue todo.
Después de cinco años ocurrió un cambio; mi mente reflexionaba sobre lo bueno y lo malo, y mis labios hablaban de ganancias y pérdidas.
Por primera vez mi maestro relajó su ceño y sonrió.
Después de siete años ocurrió otro cambio. Dejaba que mi mente reflexionara sobre lo que quisiera, pero ya no se ocupaba de lo bueno y lo malo. Dejaba que mis labios pronunciaran lo que quisiesen, pero ya no hablaban de ganancias y pérdidas.
Entonces, finalmente, mi maestro me condujo a sentarme en la estera a su lado.
Después de nueve años mi mente dio rienda suelta a sus reflexiones, mi boca dio libre paso a su discurso.
Ya no sabía nada acerca de lo bueno y lo malo, de ganancias y pérdidas, ni con respecto a mí ni a los demás...Lo interno y lo externo estaban fundidos en una unidad. Después de ello no hubo distinción entre ojo y oreja, oreja y nariz, nariz y boca: todos eran lo mismo.
Mi mente estaba helada, mi cuerpo se disolvía, mi carne y mis huesos se confundían. Ignoraba por completo en qué se apoyaba mi cuerpo, o qué había bajo mis pies.
El viento me llevó de un lado para otro, como paja seca u hojas que caen del árbol.
En verdad ignoraba si yo cabalgaba el viento o si el viento cabalgaba en mí.
Cuando nada buscas, todo encuentras... y puedes cabalgar en el viento.
Fuente: Alan W. Watts
El camino del zen
"Retrato del monje Kensuo, de Kaô"
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