El anciano
maestro observaba desde lo alto el último entrenamiento del año de sus
alumnos, mientras rememoraba los inicios de aquellas prácticas.
Podía recordar
cómo llegaron al dojo temerosos e inseguros de no saber qué esperar o si
aquello era lo que tanto habían estado buscando.
Recordaba sus
torpes pasos y rígidos movimientos al inicio y sus caras de frustración al no
lograr dominar una técnica y también cómo muchos de ellos abandonaron en el
camino su entrenamiento.
Y sin embargo,
allí estaban los pocos que aún quedaban, aquellos que al pasar los años
lograron comprender que en las artes marciales al igual que en la vida misma todo forma
parte de un proceso constante de aprendizaje, de evolución e involución y que
el verdadero Do (camino) jamás se termina de recorrer.
Y el anciano
maestro sonrió para sí mismo, al ver al sempai (alumno más avanzado) dirigir al grupo de estudiantes
y se mostró satisfecho de las correcciones que realizará pues eran
exactamente las mismas que él hubiese indicado.
Lo que señalaba
que había estado prestando atención durante toda su vida a las lecciones y
movimientos que su maestro le transmitía.
Pero de
improviso, una sombra oscura se poso sobre los ojos del viejo, su sonrisa se
esfumó y su entrecejo se hizo más profundo, porque reconoció que no todos los
alumnos habrían de comprender las enseñanzas del Bushido (Código del Guerrero) que él intentaba a diario
transmitirles, sabiendo que simplemente muchos de ellos solamente
incorporarían la técnica, sólo lo superficial, lo puramente físico del Arte
sin lograr comprender su verdadera esencia ni contenido espiritual o
filosófico.
Y su corazón se
apretó un poco al pensar lo que pasaría cuando él ya no estuviese en este
mundo.
Y no pudo
evitar preguntarse si sus enseñanzas terminarían con su muerte o si realmente
alguno de sus alumnos habría logrado captar un poco más allá de la mera
técnica…
Se mantuvo
cabizbajo reflexionando tristemente en este hecho, hasta que volvió a
levantar su cabeza, un brillo nuevo alumbraba sus ojos.
Había
comprendido que lo único que realmente podia hacer era intentar llevar su
papel de maestro de la mejor manera posible y enseñarles, explicarles y
hablarles sobre los principios de la humildad, la benevolencia, la rectitud,
el coraje, la honradez, el honor y el sacrificio; pero que no dependía y que
escapaba a sus manos, el hecho que sus alumnos los absorbieran realmente
aquellas valiosas enseñanzas y pudiesen interiorizarlas en sus vidas.
Y se dijo así
mismo que "que todo es parte de un proceso" y así como este año
estaba a punto de terminar, también llega ya el nuevo año a punto de empezar.
Y qué las
personas no aprenden lo que es ser padres hasta que tienen a sus propios
hijos y que por lo tanto sus alumnos no comprenderían lo difícil que es
transmitir y sus enseñanzas hasta que les tocara convertirse a su vez en
maestros y guías de las nuevas generaciones de estudiantes, porque la vida es
cíclica, y después de cada noche sale el sol y después de cada día viene la
noche y las estaciones del año...
Pero
fundamentalmente que estamos condenados a repetir nuestros errores sino
aprendemos de nuestras experiencias y equivocaciones...
Después de
haber reflexionado de aquel modo, el viejo maestro se incorporó lentamente de
su asiento en lo alto de la ladera y miró directamente hacia dónde estaban
entrenando sus estudiantes, estiró sus cansadas articulaciones y se dispuso a
bajar para darles a aquellos jóvenes el último keiko (entrenamiento) del año, pero sobre todo explicarles
que nada se termina en realidad, que todo se transforma, que todo es mutable
y transitorio y que esperaba que algún día pudiesen compartir aquellas
palabras de un anciano maestro a las próximas generaciones de pequeños kohai (alumnos principiantes) que quisieran iniciarse en el Budo.
Y una vez más
como lo hizo al principio el viejo maestro sonrió para sí mismo...
Prof. Fernando Cartofiel
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