Un día que el maestro Rikyu oficiaba una ceremonia del té, Hideyoshi, el kampaku que en aquella época gobernaba el país, hizo la siguiente observación a sus generales:
“Observad bien cómo Rikyu prepara el té y veréis que su cuerpo está lleno de ki, que sus gestos precisos y mesurados son como los de un gran guerrero, no presentan ninguna abertura. Su concentración no tiene ningún fallo”.
Una idea atravesó a Kato Kiyomasa, un famoso general.
Para verificar que lo que decía el kampaku era tan exacto como él quería hacer creer, decidió tocar a Rikyu con su abanico justo en el momento en el que encontrara una abertura.
Así pues se puso a observar atentamente a Rikyu, que se encontraba justo a su lado.
Al cabo de algunos minutos, creyendo percibir un fallo, el general se dispuso a tocarlo con su abanico.
En ese mismo instante, el maestro del té lo miró fijamente a los ojos y sonrió.
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