Poco a poco, el tablero se fue
tiñendo de blanco y negro, mientras las mareas de uno y otro color oscilaban
ganando y perdiendo zonas de juego. Ekei se esforzaba por anticipar las
intenciones de su adversario y maestro, el peculiar herrero Ushi Ogawa. Hacía
tiempo que este no sonreía condescendiente cada vez que su alumno ponía una
piedra sobre la mesa; derrotar al médico comenzaba a suponerle cierto reto, y
aquello era gratificación suficiente para Ekei Inafune, al menos por el
momento.
—En el go, como en la guerra,
debes fiarte de tu instinto —enunció Ogawa en un momento dado—. Los generales
que pretenden planificar las batallas desde un principio, que no quieren dejar
nada a la improvisación, acaban derrotados por los imprevistos. Si no tienes la
capacidad de adaptarte a los acontecimientos, terminas cayendo tarde o temprano.
Y lo que vale para la guerra, vale para la vida. Por eso, los sabios chinos
consideran que este juego no solo encierra los secretos de la guerra, sino de
la vida misma.
— ¿Ahora filosofas sobre la
vida y la guerra?
—Solo repito lo que me dijo un
samurái con el que una vez jugué —señaló el armero—. Pero si lo piensa bien,
tiene sentido. Así que, atendiendo a esta partida, yo podría haber sido un gran
general, mientras que usted no hubiera pasado de ser un lancero incompetente.
»Dicho esto, colocó una piedra
negra que cegó una larga hilera blanca. Las piedras de Ekei fueron retiradas
una a una del tablero, mientras el médico solo podía negar con la cabeza,
disgustado».
Fragmento de El Guerrero a la Sombra del Cerezo,
Novela publicada por Editorial Suma de Letras.
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