Hace mucho, mucho tiempo, vivía en Japón un campesino que a la
vez era aprendiz de artes marciales.
Se llamaba Kohai.
Eran tiempos difíciles y
se necesitaba mucho esfuerzo y tenacidad para continuar adelante compaginando
el trabajo con el entrenamiento en artes marciales.
Otros alumnos de artes marciales, le superaban rápidamente.
Un día, Kohai, se vino a bajo.
Otros alumnos de artes marciales, le superaban rápidamente.
Un día, Kohai, se vino a bajo.
Renunció a su trabajo, a su relación conyugal y,
en definitiva, a su vida.
También renunciaría a las artes marciales.
Antes de marchar de su pueblo, fue al bosque para despedirse de su maestro,
Sensei.
- Hola, Kohai. ¿Qué te trae por aquí? - dijo el maestro.
- ¡No puedo más, Sensei! Pienso dejarlo todo a no ser que tú puedas darme una buena razón para no darme por vencido - contestó el aprendiz.
- Mira a tu alrededor - le dijo el maestro. ¿Ves el helecho y el bambú?
- Sí - respondió Kohai un poco sorprendido por la pregunta.
- Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. Les di luz y les di agua. El helecho creció muy rápidamente. Pronto se alzó un gran helecho verde brillante, mas nada salió de la semilla del bambú...
- No renuncié al bambú. El tercer año pasó y aún nada brotó de la semilla del bambú. El cuarto año, tampoco. Y por fin, el quinto año, apareció un pequeño brote de la tierra. Un pequeño brote insignificante al lado del frondoso helecho. ¿Y sabes que paso al cabo de tan sólo 6 meses?
- Pues no, Sensei.
- En tan sólo medio año, el bambú creció más de 20 metros de altura. Había pasado cinco años echando raíces. Unas raíces que lo hicieron fuerte y le proporcionaron todo aquello que necesitaba para sobrevivir.
El maestro cogió al aprendiz por el hombro y le dijo:
- Querido Kohai, ¿sabías que todo este tiempo que has estado luchando por tu familia, por tu trabajo y tus metas, realmente has estado echando raíces? No renuncié al bambú. Nunca renunciaría a ti. No te compares con otros - afirmó Sensei.
- El bambú tenía un propósito diferente al del helecho. Sin embargo, ambos eran necesarios para el bosque e hicieron de él un lugar más hermoso - continuó diciendo el maestro. ¡Tu tiempo vendrá! ¡Crecerás muy alto!
- ¿Y qué tan alto debo crecer, Sensei? - preguntó Kohai.
- ¿Qué tan alto crees que crecerá el bambú? - preguntó el maestro.
- ¿Tan alto como pueda? - preguntó Kohai con un tono de indagación y una leve sonrisa.
- Hola, Kohai. ¿Qué te trae por aquí? - dijo el maestro.
- ¡No puedo más, Sensei! Pienso dejarlo todo a no ser que tú puedas darme una buena razón para no darme por vencido - contestó el aprendiz.
- Mira a tu alrededor - le dijo el maestro. ¿Ves el helecho y el bambú?
- Sí - respondió Kohai un poco sorprendido por la pregunta.
- Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. Les di luz y les di agua. El helecho creció muy rápidamente. Pronto se alzó un gran helecho verde brillante, mas nada salió de la semilla del bambú...
- No renuncié al bambú. El tercer año pasó y aún nada brotó de la semilla del bambú. El cuarto año, tampoco. Y por fin, el quinto año, apareció un pequeño brote de la tierra. Un pequeño brote insignificante al lado del frondoso helecho. ¿Y sabes que paso al cabo de tan sólo 6 meses?
- Pues no, Sensei.
- En tan sólo medio año, el bambú creció más de 20 metros de altura. Había pasado cinco años echando raíces. Unas raíces que lo hicieron fuerte y le proporcionaron todo aquello que necesitaba para sobrevivir.
El maestro cogió al aprendiz por el hombro y le dijo:
- Querido Kohai, ¿sabías que todo este tiempo que has estado luchando por tu familia, por tu trabajo y tus metas, realmente has estado echando raíces? No renuncié al bambú. Nunca renunciaría a ti. No te compares con otros - afirmó Sensei.
- El bambú tenía un propósito diferente al del helecho. Sin embargo, ambos eran necesarios para el bosque e hicieron de él un lugar más hermoso - continuó diciendo el maestro. ¡Tu tiempo vendrá! ¡Crecerás muy alto!
- ¿Y qué tan alto debo crecer, Sensei? - preguntó Kohai.
- ¿Qué tan alto crees que crecerá el bambú? - preguntó el maestro.
- ¿Tan alto como pueda? - preguntó Kohai con un tono de indagación y una leve sonrisa.
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