A
veces uno se sienta con la idea de mantener la mente en paz, pero hay ruidos
que interfieren:
niños chillando en la calle, el motor de un camión, un taladro
que rompe el asfalto…
Es fácil sentirse contrariado y maldecir el ruido, sin
darse cuenta de que el problema está en el ego, en la vana pretensión de
acomodar el mundo a nuestros deseos insensatos, porque en realidad el ruido no
es ningún problema, incluso es una guía excelente para la meditación.
Lo
mismo sucede cuando tu pareja se pone a roncar a las cuatro de la mañana (no
hay mucha diferencia entre contar ronquidos y contar respiraciones) o cuando
sientes dolor. Una cosa es recibir la atención médica adecuada y eliminar el
dolor innecesario, pero, si se produce una situación dolorosa, en vez de
contraernos y resistirnos al dolor, podemos respirar con él y aprovecharlo como
un excelente método para centrar la atención.
Aceptar
el placer y rechazar el dolor es una estrategia de evasión que alimenta el
sufrimiento.
Sin embargo, si aceptamos cada ruido y cada dolor para prestar
atención y ampliar la conciencia, todos esos ruidos son auténticas joyas que
nos indican el camino de la realización.
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