Podemos
dividir el período de vida de una persona en cuatro etapas: infancia, juventud,
vejez, y muerte.
En
cada una de estas etapas se producen cambios fundamentales.
En
la infancia, nuestra sangre es fuerte y nuestra energía es plena.
La
mente y el cuerpo, el pensamiento y la acción, son uno.
Todo
lo que hacemos está en armonía con el orden natural.
El
niño no se ve afectado por las cosas que suceden a su alrededor.
La
virtud y la ética no pueden limitar su voluntad.
Desnudo
y libre de las convenciones sociales, sigue el camino natural del corazón.
Durante
la juventud, nuestra sangre se eleva y se hace volátil.
Aumentan
el deseo, las preocupaciones y la ansiedad.
Las
circunstancias externas dirigen en esos momentos la aparición y la desaparición
de las emociones.
La
voluntad y la intención son limitadas por las convenciones sociales.
La
competición, el conflicto y la planificación, constituyen la norma de las
interacciones con los demás.
La
aprobación y la desaprobación de los demás se convierten en algo importante, y
se pierde la expresión honrada y sincera de los pensamientos y de los
sentimientos.
Podemos dividir el período de vida de una persona en cuatro etapas: infancia, juventud, vejez, y muerte.
Podemos dividir el período de vida de una persona en cuatro etapas: infancia, juventud, vejez, y muerte.
En
cada una de estas etapas se producen cambios fundamentales.
Durante
la vejez, la fuerza de la sangre empieza a declinar.
En
consecuencia, también se debilitan el deseo y las preocupaciones.
En
comparación con los años de juventud, estamos más pacíficos y en armonía con
nosotros mismos.
Las
convenciones sociales y las influencias externas tienen menos efecto sobre
nosotros porque ya no estamos interesados en el heroísmo y en la competición.
Aunque
la persona mayor no se halle tan en armonía con el orden natural de las cosas
como el niño, sin duda alguna es más fiel a sí mismo que cuando era joven.
Con
la muerte, todo retorna a la calma.
En
ese momento no sabemos nada, no hacemos nada ni sentimos nada.
Nuestra
energía se une de nuevo a su fuente.
Confucio
también habló de las etapas de la vida.
Él
la dividió en tres períodos: durante la juventud, nuestra sangre y nuestra
energía están inestables.
Por
ello, en ese período necesitamos controlar nuestro deseo sexual.
Con
la madurez, nuestra sangre y nuestra energía son fuertes y agresivas.
Por
ello, en esta etapa de la vida, tenemos que domesticar nuestra naturaleza
competitiva.
Durante
la vejez, nuestra sangre y nuestra energía son débiles.
Por
ello, en nuestros últimos años, tenemos que disolver nuestro apego a las cosas.
Tanto
los taoístas como los confucianos proporcionan profundas comprensiones válidas
de la naturaleza humana y de los cambios que se producen en nuestra vida.
Para
los confucianos, lo importante es entender lo que hay que hacer en cada período
de la vida, de forma que podamos ser útiles a la sociedad, vivir de forma
honorable e interactuar armoniosamente con los demás.
Para
los taoístas, lo importante es entender que la infancia, la juventud, la vejez
y la muerte son etapas de la vida que debemos atravesar.
Si
entendemos esto, podemos aceptar los cambios que atravesamos y considerarlos
como una secuencia natural de acontecimientos en el ciclo del nacimiento y de
la muerte.
Extraído
del clásico taoísta
"Lie Tsé o libro de la Perfecta Vacuidad"
versión de Eva Wong
No hay comentarios.:
Publicar un comentario