En cierta ocasión, unos monjes bajaron desde las montañas
donde habitaban a un pequeño pueblo para vender grano.
Ofrecían un precio
razonable, y así, cuando vendieron todo el grano, vieron que habían ganado el
dinero suficiente como para poder vivir.
Una semana más tarde, volvieron para
vender más grano, pero un joven del pueblo advirtió que habían doblado su
precio.
El joven les preguntó el motivo de este cambio y los monjes le contestaron que les habían robado la mitad del grano, y que habían tenido que doblar su precio para poder sobrevivir.
El joven les preguntó el motivo de este cambio y los monjes le contestaron que les habían robado la mitad del grano, y que habían tenido que doblar su precio para poder sobrevivir.
El joven dijo que conocía algunos chicos que habían
robado un puñado de grano, pero no había sido mucho, y se trataba sólo de
chiquillos, de modo que ¿qué mal había en ello?
Pero, como dijeron los monjes,
había muchos chicos así.
No transcurrió mucho tiempo antes de que el precio del
grano subiera tanto que mucha gente ya no podía comprarlo, y finalmente los
monjes dejaron de bajar a la aldea.
Los ladrones se dirigieron al joven y le preguntaron por qué ya no bajaban los monjes a vender grano, y cuando éste les explicó la razón, se lamentaron:
—No pensábamos que un puñado de grano fuera a hacer tanto daño. ¡Necesitamos nuestro grano!
Los ladrones se dirigieron al joven y le preguntaron por qué ya no bajaban los monjes a vender grano, y cuando éste les explicó la razón, se lamentaron:
—No pensábamos que un puñado de grano fuera a hacer tanto daño. ¡Necesitamos nuestro grano!
¡Preferimos pagar por él que morirnos de hambre!
Pero ya era demasiado tarde y los monjes nunca regresaron.
Pero ya era demasiado tarde y los monjes nunca regresaron.
Anónimo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario