Érase que se
era un soldado que volvía de la guerra. Llegó un día a un pueblo, un día en que
frío soplaba el viento, el cielo era plomizo y el pobre soldado tenía hambre.
Se detuvo ante
una casa de las afueras y pidió algo para comer.
-No tenemos
nada ni siquiera para nosotros -le dijeron, de modo que el soldado siguió su
camino. . .
Se detuvo en
la casa siguiente y volvió a pedir un mendrugo de pan.
-No tenemos ni
para nosotros mismos -le volvieron a decir.
-¿Tenéis acaso
una gran olla? -:-preguntó el soldado.
-Sí, tenemos
un gran caldero de hierro.
-¿Tenéis un
poco de agua? -siguió preguntando.
-Sí, de eso
hay mucho -le contestaron.’
-Llenad el
caldero de agua y ponedlo en el fuego -dijo el soldado-, pues yo tengo una
piedra para hacer sopa.
-¿Una piedra para
hacer sopa? -preguntaron-. ¿Qué es eso?
-Pues es una
piedra con que se hace sopa -explicó el soldado.
Todos se
reunieron en su torno para ver la maravilla.
La dueña de
casa llenó la gran olla con agua y la colgó sobre el fuego. El soldado sacó una piedra de su bolsillo, una
piedra que no parecía muy diferente de las que uno puede recoger en la calle, y
la arrojó a la olla. "
-Ahora, dejadla
que hierva -dijo. De modo que todos se sentaron a esperar que el agua
hirviera-. ¿Podrías darme un poquito de sal? -dijo el soldado. -
-Por supuesto
-dijo la mujer y sacó la sal de un tarro. El soldado tomó un puñado lleno y lo
puso dentro de la olla, ya que ésta era grande. Todos se sentaron de nuevo a
esperar.
-Unas pocas
zanahorias no vendrían mal en esta sopa –dijo el soldado con añoranza.
-Oh, si es por
eso, tenemos algunas -dijo la mujer, y sacándolas de abajo de un banquillo, donde
el soldado las había visto, se las entregó. De modo que pusieron las zanahorias
en el caldero. Y mientras éstas hervían, el soldado les contaba las aventuras
que había corrido.
-Unas pocas
patatas vendrían muy bien, ¿no les parece? – Dijo en eso el soldado-.
Espesarían un poquito la sopa.
-Tenemos
algunas papas -dijo la hija mayor de la familia-.
Las traeré. -De
modo que pelaron las papas y las pusieron en la olla y siguieron esperando que
ésta hirviera.
-Una cebolla
da muy buen gusto -dije el soldado.
-Corre a la
casa de al lado y pídele al vecino una cebolla
-dijo el
granjero a su hijo menor. El chico así lo hizo y volvió con tres cebollas. Mientras
todos esperaban, siguieron contando chistes y narrando historias. " ...
-. . .y no he probado
repollo desde que partí de casa de mi madre -decía el soldado.
-Corre a la
huerta y arranca un repollo -:-dijo la madre. Y una niñita salió corriendo y
volvió con un repollo, que agregaron
al caldo.
-No tardará
mucho -dijo el soldado.
-Sólo un
poquito más -dijo la mujer, revolviendo el caldo con un gran cucharón.
En ese momento
llegó el hijo mayor de la familia. Había salido de caza y traía dos
conejos.
-¡Justo lo que
necesitamos para darle el toque final! –exclamó el soldado, y fue cosa de pocos
minutos que los conejos estuvieran limpios y cortados dentro de la olla.
-¡Hum! -dijo
el cazador que tenía hambre-. ¡"Huele a muy buena sopa!
-El viajero ha
traído una piedra -le explicó el granjero a su hijo- y está preparando una sopa
con ella.-
Por fin la
sopa estuvo lista, y a todos supo muy bien. Hubo suficiente para todos: el
soldado y el granjero y su mujer, la hija y el hijo mayor, la niñita y el
niñito.
-Es una sopa maravillosa
-dijo el granjero.
-Es una piedra
maravillosa. -dijo su mujer.
-Lo es -dijo
el soldado- y siempre os dará el mismo resultado si utilizáis la receta que os
he dado hoy.
De modo que
terminaron la sopa. Y cuando el soldado se
despidió, le regaló a la dueña de casa la piedra para pagarle su hospitalidad.
La buena mujer
se lo agradeció muchísimo.
-No es nada
-dijo el soldado, y se fue de
la casa sin su piedra.
Pero por fortuna, encontró otra justo
antes de entrar al pueblo siguiente.
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