miércoles, 10 de mayo de 2017

El caracol y los monjes


Había una vez dos monjes que paseaban por el jardín de un monasterio taoísta. 
De pronto uno de los dos vio en el suelo un caracol que se cruzaba en su camino. 
Su compañero estaba a punto de aplastarlo sin darse cuenta cuando le contuvo a tiempo. 
Agachándose, recogió al animal.
-Mira, hemos estado a punto de matar este caracol, y este animal representa una vida y, a través de ella, un destino que debe proseguir. 
Este caracol debe sobrevivir y continuar sus ciclos de reencarnación.
Y delicadamente volvió a dejar el caracol entre la hierba.
-¡Inconsciente!-exclamó el otro monje- ¡Salvando a este caracol pones en peligro todas las lechugas que nuestro compañero jardinero cultiva con tanto cuidado. 
Por salvar a este caracol no valoras el trabajo de uno de nuestros hermanos!
Los dos discutieron entonces bajo la mirada curiosa de otro monje que por allí pasaba. Como no llegaban a ponerse de acuerdo, el primer monje propuso:
-Vamos a contarle este caso al gran sacerdote, él será lo bastante sabio para decidir quien de nosotros dos tiene la razón.
Se dirigieron entonces al gran sacerdote, seguidos siempre por el tercer monje, a quien había intrigado el caso. 
El primer monje contó que había salvado un caracol y por tanto había preservado una vida sagrada, que contenía miles de otras existencias futuras o pasadas. 
El gran sacerdote lo escuchó, movió la cabeza, y luego dijo:
-Has hecho lo que convenía hacer. Has hecho bien.
El segundo monje exclamó:
-¿Cómo? ¿Salvar a un caracol devorador de ensaladas y devastador de verduras es bueno? Al contrario, había que proteger el huerto gracias al cual tenemos todos los días buenas verduras para comer.
El gran sacerdote escuchó, movió la cabeza y dijo:
-Es verdad. Es lo que convendría haber hecho, tienes razón.
El tercer monje, que había permanecido en silencio hasta entonces, se adelantó y dijo:
-¡Pero si sus puntos de vista son diametralmente opuestos! ¿Cómo pueden tener razón los dos?
El gran sacerdote miró largamente al tercer interlocutor. 
Reflexionó, movió la cabeza y dijo:
-Es verdad. También tú tienes razón.


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