sábado, 2 de julio de 2016

Más allá de lo aparente














Hasta entonces, el viejo guerrero había sido un rival agresivo que le avasallaba con el constante martilleo de su sable de madera, pero ese día se había tornado un oponente hierático e imperturbable. 
Se limitaba a aguardar sus tentativas para desviarlas con facilidad y contraatacar cuando su guardia estaba desarmada. 
Para su frustración, Seizô descubrió que cuando su adversario no llevaba la iniciativa, él resultaba ser un atacante lento y previsible.
Pero el muchacho se conjuró para que esta vez no fuera así. 
Llevaba una eternidad frente a su maestro, las puntas de sus bokken a un palmo de distancia, recortados ambos contra el profundo gris de la tarde. La incipiente ventisca hacía girar los copos de nieve a su alrededor, y Seizô se dijo que esperaría cuanto fuera necesario para descargar el golpe que había preparado tanto tiempo. 
Necesitaba demostrarse que, al menos una vez, sería capaz de hendir la guardia de Kenzaburô.
De improviso, el maestro bajó la punta de su arma hasta señalar con ella el suelo. 
La ocasión apareció como un fugaz claro de sol entre las nubes, y Seizô gritó y cargó hacia adelante con la espada en alto. 
Con una guardia tan baja, era imposible que pudiera bloquear un mandoble que llegara desde arriba.
Pero no era esa la intención de Kenzaburô, que ni siquiera hizo el ademán de esquivar la acometida de su discípulo. 
Se limitó a levantar su bokken a media altura con un movimiento mesurado, casi lánguido, y el estómago de Seizô se estrelló contra la punta del arma, quedando irremisiblemente sin aliento.
La espada enhiesta perdió toda la ferocidad y se le escapó de los dedos, cayendo a su espalda sobre la nieve. 
Lentamente, el muchacho se dobló e hincó la rodilla frente a su oponente, mientras la vista se fundía en un rojo palpitante.
—¿Tan viejo y lento me crees que te atreves a atacarme con una carga frontal?
—No, sensei —logró articular el dolorido Seizô, más herido, incluso, en su amor propio.
—El camino de la espada, al igual que el de la guerra, se fundamenta en engañar a tu oponente. —El viento arreciaba y arrastraba las palabras de Kenzaburô—. Nunca te arriesgues con un ataque frontal, a no ser que estés absolutamente convencido de tu superioridad sobre el adversario.
Seizô asintió desde el suelo, luchando por recuperar el resuello y mantener el conocimiento.
—Por tanto, Seizô, ¿cuándo debes lanzar un ataque abierto contra un enemigo?
—Nunca, maestro.
—¿Por qué?
—Porque nunca he de estar seguro de mi superioridad sobre un enemigo.
Kenzaburô sonrió ante la respuesta.
—Aún hay esperanza para ti, por lo menos eres más rápido de mente que de piernas. Pero las bestias también aprenden cuando las golpean con un palo, aguardo el día en que seas capaz de aprender antes de recibir el golpe.


Miyamoto Musashi
 'El guerrero a la sombra del cerezo'
capítulo 20: Más allá de lo aparente


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