domingo, 24 de noviembre de 2013

¿Disfrutar el Tai Chi Chuan?

Desde hace algún tiempo me pregunté si tendría algún sentido oculto la vida misma. Supongo que es la misma búsqueda que se hace en la mente de cada adolescente de cualquier tiempo y lugar del planeta. Esto es, una vez con edad suficiente mirar atrás, más allá del velo del nacimiento, y preguntarse si uno no es más que una casualidad genética. Si sería otro de haber ganado otro espermatozoide.

Mucha mente, mucha mente. Traté de encontrar lo incognoscible a través de la palabra, de escudriñar las aguas buscando estrellas. Como todo adolescente.

Sin embargo, un día, por la misma casualidad que ganaría tal o cual espermatozoide, me topé con las clases de Tai Chi Chuan, sin saber lo que era realmente: nunca había escuchado de esta práctica. Lentamente me fui entusiasmando, pero mi juventud de entonces era una trampa: tenía la elasticidad de quien no había recorrido muchos años de vida, así que se me hacía fácil lo que yo creí que era la totalidad de la práctica.

Creo que por ello no le presté la atención debida, pues iba y venía de la práctica intermitentemente, y la búsqueda de la verdad se volvía tan infértil como el arte de maquillar muertos. Como si las desavenencias de ser joven no fueran suficientes, ser joven y creer que sabes algo es como ser joven dos veces, pero no de esa buena juventud que todos recordamos y añoramos, sino de aquella en la que crees que tienes tomada la sartén por el mango, o como decimos los venezolanos, “teniendo a Dios agarrado por la chiva (la barba)”.

A pesar de ello, y encontrando muchos obstáculos en el camino, poco a poco me encontré queriendo definirme de otro modo, no a través de mi centro sino de mis fronteras. No busqué ver qué era yo, sino hasta donde llegaba, así como cuando conoces el día porque existe la noche, o la salud por la enfermedad. Creí atisbar a Daniel porque existía el mundo, del cual se diferenciaba. Sé hasta dónde llegan mis pies porque comienza el suelo, o donde termina mi piel porque comienza mi ropa.

La diferencia ocasionada por estas fronteras mi hizo pensar otras cosas, como el hecho mismo de que era mejor no pensar, tal como es mejor comerse un alfajor que ver la imagen de un alfajor en una revista. Vivir a veces no es pensar sobre la vida. Pensar no sacia el hambre, sólo te ayuda a saber que está allí. Ese es el límite del pensamiento.

Cuando practico Tai Chi Chuan siento cosas parecidas a como cuando escucho una canción inspiradora. Siento que no es necesario buscar más, ni hablar más. Siendo que ya no debo hallar la unión, sino esperar que me halle… Y ni siquiera esperar.

No hay prisa, no hay nada.

Cuando regreso de ello, sé que no soy sino un sediento soñando con agua. Pero Tai Chi es el agua misma. Debe llamársele de otro modo en otras prácticas, pero si sentirlo es huir de la palabra, creo que me basta con esta que conozco hoy, no importa cómo se llama.

Si lloras por alguna conmoción, las razones jamás las encontrarás en un libro de fisiología de la lágrima. Del mismo modo, creo que jamás podré escribir nada sobre Tai Chi que no amerite como únicos pinceles las manos en el aire.

Disfrutar el Tai Chi es ya no buscar más, simplemente abandonar la idea de necesitar entender el movimiento, y simplemente moverse. Si salgo al parque a disfrutar, queda abandonada sobre el escritorio la palabra disfrutar, allí tan vacía. Allí tan sola.

 

Daniel Navas Daniel Navas

http://zonadetaichi.com/2013/11/24/disfrutar-el-tai-chi-chuan/

 



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